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El estrés es positivo en

los perros, pero con mesura

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Afortunadamente desde hace unos años se trata a los perros como seres emocionales. Por ello, ya no resulta tan extraño hablar de perros estresados. Al igual que nosotros, necesitan sufrir cierto estrés; lo que llamamos “salir de la zona de confort”, para poder adaptarse a situaciones nuevas, desarrollar habilidades o cualquier actividad que les haga evolucionar en su aprendizaje, bien como perros de compañía o como perros de utilidad y deporte. En estos casos estaríamos hablando de un estrés positivo, el cual favorece las ganas de hacer del perro, la motivación y que, de forma gradual, vaya tolerando cada vez un nivel más alto de exigencia sin que ello produzca un bloqueo mental.

Por Isabel PAZ GARCÍA, adiestradora, instructora y jueza canina

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Los problemas aparecen cuando los niveles de estrés se disparan, convirtiéndose en estrés negativo. Esto puede ocurrir por saltarnos escalones en la exigencia gradual que le deberíamos pedir, exceso en la carga de trabajo, no permitir que tengan tiempos de perro (común en nuestra sociedad con tendencia a humanizar a las mascotas), experiencias negativas (no sólo en cuanto a maltrato, sino también perros con una mala socialización pueden tener graves problemas de conducta debido al estrés que les generan situaciones que son desconocidas para ellos o que en su día se presentaron de forma incorrecta).


También puede deberse a un desequilibrio en la secreción de neurotransmisores y/o hormonas (dopamina, serotonina, adrenalina, noradrenalina, testosterona, cortisol…). Este motivo puede ser causa y consecuencia de estrés. Causa, cuando por alguna anomalía física del sistema nervioso o endocrino, estas sustancias no se producen en los niveles adecuados, provocando un mal procesamiento de la información, favoreciendo conductas agresivas, incapacidad de aprendizaje, alteración de ciclos del sueño, reducido control de impulsos, etc. Mientras que consecuencia, sería cuando a raíz de períodos largos o intensos de estrés, se empieza a privar al cuerpo de los recursos necesarios para su correcto funcionamiento.
Lo principal, es conocer muy bien a nuestro perro, saber o al menos intuir cuál puede ser el foco que genera ese estrés para tener una base sobre la que trabajar. En estas situaciones, antes de comenzar con una modificación de conducta debemos reducir esos niveles de estrés, ya que basándonos en el funcionamiento del cerebro canino sería una pérdida de tiempo hacerlo al revés. Centrándonos en lo que a emociones se refiere, se dividiría en dos partes:
Corteza cerebral o parte encargada de la cognición, el aprendizaje y resolución de conflictos a través de respuestas pensadas.
Sistema límbico o parte emocional que activa las respuestas de emergencia ante situaciones que generan miedo y estrés. Cuando trabaja esta parte el perro emite respuestas orientadas a la supervivencia pudiendo ser desproporcionadas para la situación.
Estas dos zonas trabajan de forma inversa, es decir, si una se activa la otra se inhibe. De ahí que para corregir conductas no deseadas, primero tenemos que reducir el estrés del perro, inhibiendo el sistema límbico y dando paso a las respuestas pensadas que ofrece la corteza cerebral. Esto es algo que se puede y se debe entrenar, haciendo que el perro piense, resuelva y se concentre en unas determinadas tareas, teniendo menos posibilidades de experimentar emociones problemáticas.
Hay varias estrategias que nosotros mismos podemos emplear a través de la estimulación mental. Podría ser desde algo sencillo, si hablamos de niveles bajos de estrés, como hacer que busque su ración de comida por la casa, emplear juguetes rellenables tipo KONG o juegos de inteligencia, paseos por zonas distintas que despierten su curiosidad… hasta otras soluciones que implicarían ciertos conocimientos sobre adiestramiento en base a alguna disciplina o actividad canina (Obediencia, Agility, Detección…) o el empleo del moldeado (por ejemplo, clicker) estimulando que el perro piense de forma activa para conseguir recompensas.
En casos más graves, probablemente sea necesaria la ayuda de un experto en modificaciones de conducta, acompañado en ocasiones de medicación, suplementos nutricionales o modificaciones en la dieta (que también influye a la hora de mantener unos niveles correctos en la segregación de neurotransmisores). Antes de comenzar cualquier técnica para modificar la conducta, el perro debe tener un período de calma, en el cuál no se le expondrá a ningún factor estresante. Este período sería aproximadamente de una semana. La serotonina genera felicidad, regula el humor, el dolor y los ciclos del sueño. Su deficiencia puede desembocar en agresividad. La adrenalina se libera en sangre ante situaciones de miedo y prepara al perro para respuestas rápidas que buscan la supervivencia. La dopamina afecta a la coordinación motora, capacidad de atención y tiempo de reacción.

Conductas indicadoras de demasiado estrés

Jadeos fuertes y rápidos (no ha estado haciendo ejercicio ni tiene calor).
Almohadillas sudorosas.
Bostezar y estirarse en situaciones que no procede (sería normal si el perro está relajado tumbado o acaba de despertarse).
Falta de concentración, no responde a las órdenes y está confuso.
•Mayor frecuencia al orinar y defecar.
Vómitos y diarreas.
Sacudirse como si saliese de darse un baño.
Acicalamiento excesivo, automutilación, trastornos cutáneos…
•Trastornos del sistema inmune.
Sed excesiva.
Comportamientos compulsivos que utilizan como método para relajarse.
Hiperreactividad ante cualquier movimiento.
Rigidez, temblores
Emisión constante de señales de calma para evitar conflictos (apartar la mirada, olisquear el suelo, relamerse, posición de incitar al juego…).



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